Interpretando realidades

Una de las cosas más maravillosas que tienen  los escenarios es que, cuando se abre el telón, normalmente quien está arriba se convierte en otra persona. Da igual si haces teatro, danza, musicales o espectáculos de circo porque cuando actúas, tu alma se disfraza de movimientos, palabras y silencios que dan vida a otra persona, a alguien que vivió en otra época, en otro mundo, en otra ciudad o que, simplemente, no existió y cobra vida sólo cuando tú lo interpretas. ¿Qué es sino el “Lago de los cisnes”? ¿Bailarinas danzando al son de una pieza de música? No… son cisnes interpretando un cuento, una metáfora, una sensación. Eso es lo que busca el espectador, y eso es lo que debemos sentir quienes estamos sobre el escenario.

Lógicamente el atrezzo y la ambientación ayudan mucho. No es lo mismo hacer una obra de teatro con cuatro carteles y un ciclorama negro que tener un buen decorado, un bonito vestuario y un juego de luces estudiado y analizado para que den vida al momento, a la situación.

En la última obra que representé, transformarme en mi personaje fue bastante sencillo, pues era un musical fantástico para niños donde teníamos música en directo, bailarinas y, por supuesto, personajes, todos vestidos con trajes medievales y fantásticos, una maravilla de vestuario que nos cedió Evil Tailors, la conocida tienda especializada en el mundo medieval.

El actor no es el único que interpreta

Hay quien piensa que si bailas o cantas no necesitas interiorizar el personaje de la misma manera pero ahora, que he tenido la oportunidad de trabajar con bailarines profesionales, os adelanto que eso es mentira. Si quieren representar a un cisne, un elfo o a una princesa de cuento de hadas, no pueden limitarse a hacerlo a través de los movimientos de su baile, de su danza, han de convertirse en ese personaje para poder transmitir realmente lo que el espectador tiene que captar. Solo los grandes bailarines que consiguen esto son los que realmente merece la pena ver y admirar, pues son capaces de decir quiénes son y cómo se sienten sólo a través de su cuerpo, sin palabras, sin narraciones, sin grandes interpretaciones textuales. Cada poro de su piel lanza un mensaje, cada movimiento, cada paso de baile…

Según los expertos más tradicionales del sector de la interpretación, la mejor manera de convertirte en el personaje que interpretas es utilizando el Método Stanislavski, una técnica creada por el actor, director escénico y pedagogo teatral ruso Konstantín Stanislavski.

Según esta técnica, lo que debes hacer es reproducir el sentimiento del personaje a través de vivencias que hayas tenido tú en primera persona. De este modo, aunque no estés viviendo exactamente lo que le ocurre al personaje, podrás expresar sentimientos similares al espectador que, como está siguiendo la narración, creerá que tu tristeza, alegría, agobio o fascinación proviene de aquello que le está pasando al personaje. Sin embargo, son muchos quienes aseguran que esto puede acarrear muchos problemas al actor, al bailarín o al cantante, porque si el sentimiento que has de expresar es de alegría o felicidad revivirás tus recuerdos más bonitos una y otra vez, pero cuando el sentimiento que escenificas es triste, desgarrador o agobiante, tendrás que revivir también la situación más horrible  por la que hayas pasado en cada función y eso puede trastocar nuestra mente.

Imaginad a una actriz o a una bailarina que ha de interpretar una escena de abuso y ha de intentar centrarse en sí misma para revivir y rememorar una situación similar que haya podido vivir con anterioridad, o intentar imaginársela como si fuera real, ¿os imagináis cómo podría acabar esa mujer si hace dos funciones por día los sábados y domingos?

En mi opinión, y en la de muchos otros artistas, este método, aunque eficaz, es una auténtica barbaridad. El intérprete ha de saber “mentir”, escenificar algo imitando situaciones reales, pero imitar e interpretar jamás será lo mismo que revivir.

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