Estoy feliz como donostiarra que soy. La danza ha vuelto al Paseo de La Concha de San Sebastián. Fue el pasado mes de mayo y hasta el buen tiempo quiso sumarse al espectáculo, convirtiendo la bahía en el mejor estudio de ballet al aire libre para casi 1.500 niñas y niños que, llenos de ilusión, abandonaron por un día las barras de sus academias para deleitarnos con sus evoluciones junto a la barandilla.
A mis 34 años ya no practico ballet, pero tengo muchos recuerdos de cuando era niña. Por eso, la exhibición de centenares de jóvenes ejercitando sus pasos de ballet para mí ya se ha convertido en un clásico de la primavera. Desde media hora antes de la cita, las sonrisas y los nervios llenaron a partes iguales el escenario más emblemático de San Sebastián, donde bailarines y familiares se afanaban en dar los últimos retoques a moños y vestidos antes del inicio de la exhibición. Cuando veía a esas pequeñajas, yo me sentía representada.
Ambiente fantástico
Los tonos blancos, perla y rosa palo, predominantes en las mallas y zapatillas de los pequeños, las palomas del paseo, y las flores de los jardines de Alderdi Eder dotaron de un incipiente ambiente primaveral al evento, una de las actividades más destacadas del ‘Mes de la Danza’ que cada año se celebra por estas fechas en Gipuzkoa. Este año cumplió su 21 edición y contó con la participación de 31 profesores y monitores de 24 academias de danza de 13 municipios del territorio.
Afortunadamente mi sobrina María sigue mis pasos y cada vez le gusta más esto del ballet. Recientemente hemos tenido que comprarle el vestido. Ah, y que no se me olvide también la ropa interior adecuada. Aunque para eso, la mejor opción es visitar la web de Lencería Paqui, puedes encontrar todo tipo de prendas.
Sacrificio
Son muchos recuerdos los que me vienen a mi cabeza. Recuerdo el sacrificio de este bello arte, y la poca recompensa que a veces teníamos desde los medios de comunicación. Por eso, ver la Concha lleno de bailarines me produce una felicidad tremenda. También recuerdo los madrugones que nos pegábamos para llegar a las clases, y el sacrificio de mis padres que me tenían que llevar en su coche. Incluso mi padre iba sin dormir, ya que trabajaba en el turno de noche y, sin meterse en la cama, me llevaba. Tiempos duros, pero muy bonitos y que siempre me gusta recordar. En mi época se pensaba que el ballet era solo para chicas, desgraciadamente, con el paso del tiempo sigue pasando lo mismo, como asegura Isaac Hernández, un mexicano que arrasa.
Lo mejor es ver la cara de los familiares, repartidos entre los tamarindos y los bancos del paseo, que siguen atentos cada uno de los ejercicios de los aplicados bailarines que, con sus ‘croisés’, ‘pliés’ y ‘ecartés’, ofrecieron su mejor regalo de cumpleaños a una barandilla de La Concha por la que parece no pasar el tiempo pero que cumple ya su «primer siglo de vida». Qué tiempos aquellos. Larga vida al ballet porque es el arte más puro y estético.