‘Hortus conclusus’, hasta el 2 de octubre en el Museo Thyssen de Madrid

Esta mañana he estado en Madrid porque quería dejar mi coche en el taller. Vengo desde Segovia, pero es que en la capital se encuentran las instalaciones de Gresalba, un taller oficial de Volvo que es mucho más rápido y eficaz que la propia casa, donde apenas hay que esperar y donde los precios son muy buenos. El caso es que mientras he dejado el coche en el taller he aprovechado para ir a visitar el Museo Thyssen-Bornemisza, ya que soy una gran amante de la pintura, y me he llevado la grata sorpresa de que hoy estrenaban una exposición en torno a la figura literaria del hortus conclusus hecha con sus propios fondos y que estará abierta hasta el próximo 2 de octubre. Os recomiendo que no os la perdáis. Además, la entrada es gratuita.

Esta instalación temática recoge una  selección de doce obras que muestran el eco de esta imagen en la pintura europea desde la Edad Media hasta el siglo XX. La expresión hortus conclusus aparece en el Cantar de los Cantares evocando al Edén, un jardín idílico, cerrado, creado  por  Dios  para  el  hombre, del  que  posteriormente sería expulsado. El deseo de recuperar ese paraíso perdido fue el que impulsó su carácter poético y lo que le hizo perdurar a lo largo del tiempo. Desde las primeras representaciones medievales, basadas  en  la  interpretación  cristiana  del relato bíblico,  hasta  la  diversidad  de  tendencias artísticas   del   siglo   XX,   esta   figura   se   ha   ido   revelando   bajo   diferentes   facetas:   las representaciones del Paraíso en el arte religioso, la pintura de jardines, que encontró su punto álgido   en   el   siglo   XIX   con   pintores   como   Monet,   o la   diversidad   de   bodegones   que encontramos  a  lo  largo  de  la  historia  de  la  pintura,  tienen  en  común  esa  reminiscencia  del jardín cerrado original, del Paraíso perdido.

Las Obras de Arte

La selección de obras empieza con La Virgen y el Niño en el Hortus Conclusus, de un autor anónimo alemán del siglo XV, que muestra la interpretación cristiana del Cantar de los Cantares  representando  a  Cristo  y  a  su  Madre  en  un  jardín vallado  y  rodeados  por  la  fuente  sellada  mencionada  en  el poema y otras imágenes que simbolizan la virginidad de María y su papel  como  madre  del  Redentor,  y  continúa con Florero  de  Hans  Memling,  en el  que las  especies  representadas tienen  una  evidente  simbología  religiosa:  los  lirios  aluden  a  la pureza de la Virgen y los iris morados son símbolo del dolor por la  muerte  de  Jesús;  el  jarrón,  en  el  que  aparece  inscrito  el monograma  de  Jesús,  se  convertiría  así  en  una  metonimia cifrada  del  jardín cerrado. A  partir  del  siglo  XVI,  el  creciente interés  científico  por  las  especies  exóticas, tanto  vegetales como  animales, y  por  la  observación  de  la  naturaleza,  provocó un  cambio  de  gusto  artístico  que  se pone de  manifiesto  en obras  como El  Jardín  del  Edén, de  Jan  Brueghel  el viejo, en el  que  flores  y  plantas  mantienen  el  simbolismo religioso  pero en  el que se empieza  a  evidenciar  ese  deseo  de explorar  la  naturaleza  y  sus  formas; curiosidad  científica  que vemos también en los bodegones de  la época como Vaso chino con flores,  conchas  e insectos, de Ambrosius Bosschaert I o Jarrón con flores y dos manojos de espárragos, de Jan Fyt.

La temática del hortus conclusus se mantuvo latente en el denominado  género  de  jardines,  que  alcanzó  su  máximo protagonismo  con  la  llegada  del  impresionismo,  en  el siglo  XIX.  Fue  a  partir  de  1880  cuando  algunos  artistas dejaron  de  interesarse  por  la  vida  moderna  para  centrar su atención en la pintura por la pintura. En este contexto surgió la pasión por la jardinería, impulsada fundamentalmente por  Gustave  Caillebotte y llevada  al máximo exponente por  Claude  Monet,  quien  construyó un amplio jardín que él mismo cuidaba y representaba en sus  cuadros,  como  en La  casa  entre  las  rosas.

Fueron   muchos   los   artistas   que   siguieron   las huellas  de  Monet, entre  ellos, Carl Frieseke, cuyo cuadro Malvarrosas se incluye igualmente en esta selección junto a Mujer con sombrilla en un jardín, de Renoir, o Tarde de verano, de Emil Nolde.

Las  últimas  obras  reunidas  en  la  instalación ofrecen  una  idea  de  la  diversidad  de  caminos  e interpretaciones  respecto  al  jardín  y  a  su  representación  a  lo  largo  del siglo  XX,  desde  los Girasoles resplandecientes, también de Emil Nolde, hasta Flor-concha, de Max Ernst. Por último, Lirio  blanco, de Georgia O’Keeffe, interpretada a  pesar  de  su  autora como una exaltación del  órgano  genital  femenino;  la  novia  del  Cantar  de  los  Cantares  en  toda  su luminosidad deslumbrante.

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