A pesar de lo que suele dar a entender el modelo social y económico en el que nos encontramos, el principal valor a la hora de emprender una actividad, cualquiera que sea, no es el dinero, sino la imaginación combinada con la voluntad. Es decir, que las ganas de hacer algo son capaces de superar toda clase de adversidades.
El teatro es la viva imagen de esta idea. Para montar una obra de teatro, prácticamente no se necesita nada más que una historia que contar y alguien que la cuente. Y es que el teatro es algo que nace con el mismo ser humano. No cuesta esfuerzo imaginar a un entusiasta hombre de Cromagnon tratando de representar mediante gestos y aspavientos sus aventuras de caza delante de los demás miembros de la tribu. O, acuclillado delante del fuego, servirse de las sombras para proyectar “una película” sobre la pared de la cueva, antecedente directo de la televisión.
Teatro de calle: tan solo hazlo
Como es natural, no todos los aspirantes a dramaturgos y actores tienen acceso a las tablas de un teatro oficial. No obstante, las mismas raíces del teatro revelan su alergia a elitismos y a encasillamientos. De hecho, un guion y el atrevimiento de lanzarse a interpretarlo en la calle de cara al público, sin red de protección, ya son elementos suficientes para montar una obra de teatro callejero. Obviamente, la capacidad para la improvisación, la espontaneidad y la expresividad gestual de los intérpretes son requisitos imprescindibles para sacar adelante una obra cuyo público es de igual manera improvisado y de atención distraída.
El atrezzo y los componentes del escenario se reducen al mínimo: unas cuerdas o unos lienzos puestos sobre el suelo para delimitar el tablado, maquillaje sencillo, un vestuario que puede resaltar algún aspecto del mensaje o el relato gracias al uso de camisetas divertidas o ropas estrafalarias y, si acaso, un par de objetos de fácil transporte y manipulación.
Sin embargo, para aquellos más vergonzosos o concentrados, alquilar un local para los ensayos e incluso realizar representaciones íntimas o a pequeña escala es una opción apetecible.
La vida en luces y sombras
El teatro de sombras es un elemento de incalculable valor cultural en países como China, India, Indonesia, Tailandia o Turquía, así como un hito en el desarrollo de la narración en Occidente, con ejemplos como la linterna mágica que, en el siglo XVI, era empleada para, a través de juegos de luces y sombras, espejos y humos, componer pastorales acerca de los peligros del demonio y los infiernos, si bien después prohibidas por heréticas. No obstante, la linterna mágica perduraría como herramienta a lo largo de las centurias, progresivamente modernizada y actualizada. Destaca la celebridad de teatros de sombras como el Chat Noir, sito en el Montmatre parisino.
Para confeccionar un teatro de sombras como Dios manda tan solo es necesario un lienzo blanco que cumpla las funciones de telón (desde una sencilla sábana hasta un prosaico mantel), un foco de iluminación y un objeto opaco para trazar la sombra, el cual puede ser el propio cuerpo del actor, sus manos si lo que se pretende es hacer una obra de sombras chinescas o siluetas recortadas con la forma de los personajes o de arquetipos humanos, sostenidas mediante varillas, ganchos u otro tipo de filamentos.
El montaje del escenario consiste en extender el lienzo blanco a una distancia de uno o dos metros de la pared, y a una altura de unos cincuenta centímetros sobre el suelo de la sala. Conviene cubrir esta parte baja para ocultar a los operarios de las siluetas, en caso de que sea este el medio de expresión de la obra. Esta disposición permitirá que exista el espacio imprescindible para el movimiento de los actores, que el foco de iluminación concentre su luz sobre el lienzo al completo y que en él tan solo aparezcan las figuras de los personajes. El foco de iluminación puede consistir en un proyector de diapositivas (ideal debido a su mayor intensidad y más precisa focalización de la luz) o, si se carece de uno, una simple lámpara o una linterna ubicada en un sitio fijo y estable.
Una vez preparada la instalación, cabe tener en cuenta la realización de unos “ajustes de definición”. Es decir, hay que calcular la distancia idónea entre proyector, silueta y telón para obtener la nitidez de sombra deseada, así como su tamaño “en pantalla”. Cuanto mayor sea la distancia entre silueta y foco de luz, mayor será la sombra proyectada sobre el telón y menor su definición.
El empleo de distintos materiales a la hora de confeccionar las siluetas permite jugar con la nitidez y la textura de los objetos que aparecerán en la obra, lo que abre una amplia gama de posibilidades experimentales para la creación de paisajes y atmósferas expresivos (los denominados elementos auxiliares: formas fijas sobre el escenario o elementos móviles que no son personajes). Incluso el empleo de acetato o papel transparente de colores deja lugar a la creatividad del autor en el campo del cromatismo. Del mismo modo, añadir un segundo foco de luz también es una manera de alterar las imágenes proyectadas sobre el lienzo blanco.
La expresividad de las figuras queda delimitada a tres factores: las articulaciones de las siluetas, los deslizamientos y otros elementos móviles y accesorios como pelos, cadenas, adornos… Las articulaciones se construyen por medio del ensamblaje de piezas independientes, unidas a través de remaches, alambres o puntadas que permiten su movimiento fluido. Éstas pueden ser accionadas bien voluntariamente mediante la adición de varillas específicas, o bien en asociación al movimiento general del cuerpo, dependientes entonces de la inercia o la gravedad.
Títeres y marionetas
El teatro de marionetas es un clásico entre los clásicos dentro del teatro callejero, con siglos de antigüedad a sus espaldas, desde sus orígenes tradicionales en culturas como Egipto, Grecia, Roma o Japón, hasta su adopción por la Iglesia cristiana medieval como instrumento para la difusión de la fe (los retablos).
Este tipo de representación consiste en la narración de una historia en la que uno o un grupo de títeres o marionetas ejercen de mediadores entre el autor y el espectador, ubicado en un escenario que, por lo general, debe ocultar al titiritero. Estamos por tanto ante una triple expresión del lenguaje: aquel que comprende al muñeco como objeto y a los decorados que ofrecen el contexto de sus aventuras, el lenguaje corporal del que el titiritero dota al títere y el lenguaje musical que envuelve al relato (palabras, silencio, música, sonidos…).
Es el segundo de ellos el responsable de otorgar autenticidad a toda la obra. El secreto es la identificación entre autor y personaje, entre humano y muñeco. No son necesarias las voces chillonas, los movimientos espasmódicos o la pura extravagancia, sino tener una historia que contar, con la que el narrador se sienta implicado y necesite expresarla por medio de personajes identificables, en este caso con los rasgos propios del muñeco.
Los muñecos representan aquí estereotipos tradicionales y maniqueos, plasmados sin lugar para la duda en sus características físicas: el anciano, la princesa, el príncipe, el villano, la bruja… Los títeres pueden crearse a partir de guantes accionados mediante movimientos de mano (los típicos guiñoles), los títeres de varilla (siluetas sujetas y accionadas mediante palitos), las marionetas (títeres manejados desde arriba por medio de hilos que mueven partes del cuerpo) y los títeres de percha (similares a las varillas, pero de mayor tamaño). Otra tipología de títeres son los gigantes y los marottes, figuras dentro de las cuales se ha de introducir el actor para darles vida con sus propios movimientos físicos.
El teatrino, lugar donde se realiza la obra de teatro, consiste básicamente en un espacio donde se oculta el titiritero y una salida por donde aparecen los títeres. Se puede construir con sencillez mediante una tela dispuesta a la altura de la cabeza del actor, lo que facilita su ocultamiento y, al mismo tiempo, la representación. La adición de unas estructuras de madera (armarios por ejemplo), permite disfrutar de bambalinas sobre las que erigir el escenario y de un espacio lateral desde el cual introducir a diferentes personajes. Unos pequeños ganchos posibilitan colgar los personajes inactivos en la escena o diversos elementos del decorado.